Hay un medio de transporte más incómodo que Ryanair, los chicken buses. Este fin de semana he estado de excursión. He ido al lago de Atitlán, un paraje semi-paradisíaco, una gozada de lugar. Lo de semi viene por los problemas que hay en todos los lados del país. Y he llegado en chicken bus.
Lo de hacer un trayecto de 3 horas en chicken bus es algo que todo el mundo debería vivir. Los chicken bus son los autobuses estadounidenses de transporte escolar, por lo que no puede dejar de imaginarme a Otto conduciéndolos cada vez que los veo. De hecho está prohibido que alguien mayor de 10 años utilice estos autobuses en EE.UU. Cuando los retiran vienen a Guatemala, pero el uso ya no es para niños… A la gente del país el tamaño de los asientos no le va ni tan mal, pero a los pobres gringos nos falta un poco de espacio (veáse foto, donde también se puede apreciar que no he adelgazado demasiado :P).
Leí en el vuelo de venida que el “Síndrome del Viajero” se debía a la falta de movilidad durante los viajes largos. En el chicken bus movilidad hay la que quieras, porque entre los baches del camino combinados con amortiguadores de dudosa calidad, los asientos dobles (no olvidar que son autobuses para niños) con 3 personas sentadas, gente por los pasillos y que el ayudante tiene que moverse saltando de asiento en asiento (nunca había tenido el culo de alguien tan cerca de mi cara); movilidad no falta. Ahora, lo de mover las piernas, que es a lo que se refiere el susodicho síndrome, casi es mejor olvidarlo cuando se sube.
El ayudante es quien se encarga de gritar a donde va el autobús (aaaa Xeeela, aaaa Xeeela, aquí se grita para todo), de cobrar y de estafar a los gringos cobrándonos la propina de forma adelantada, aún cuando sabes el precio real. Si tienes un día de paz interior después de un fin de semana en el lago y no quieres discutir, vale le pena pagar los 50 céntimos de más que te cobra, aunque te hace sentir muy guiri y muy pringao.
La bajada al lago es preciosa, aún cuando el bus baja sin encender las luces con la noche ya cerrada (supongo que para ahorrar unos céntimos) y cuando el bus no tiene suficiente espacio para agarrar las curvas que hay en plena cuesta y tiene que hacer marcha atrás y maniobrar ofreciéndote bonitas vistas de precipicios de varias decenas de metros, todo esto sin dejar de tocar la bocina durante las 3 horas de trayecto.
Mientras maniobraba sin luces miré varias veces el cartel dentro del autobús de “El Señor es mi Salvador” que había al lado de la decoración de Winnie the Pooh. Otro día os hablaré de la capacidad que hay aquí para relacionar conceptos dispares.